Nací en 1985 en Santander, pero la mayoría de edad me llevó a Madrid, ciudad en la que he vivido intensamente 12 años. Allí, entre muchas otras cosas, me licencié en Comunicación Audiovisual, estudié un Máster en Educación y otro en Interiorismo y Decoración y comencé a trabajar en el ámbito de la comunicación y el marketing, gestionando la estrategia digital de diversas instituciones culturales y empresas.
Habiéndome criado en un entorno rural, rodeada de naturaleza y animales, llevaba años fantaseando con la idea de dejar la gran ciudad e irme a un pueblo costero a restaurar muebles, hacer coronas de flores y crear vajillas de cerámica en colores pastel. Así que para mitigar la crisis de los 30 (o eso creía yo), decidí dar el salto al vacío y mi brújula interior me devolvió al Norte. A orillas del Cantábrico he podido crear mi pequeña gran familia y, junto al murmullo del mar, todos los días escucho admirada las divertidas ocurrencias de mi hijo.
No soy una persona de grandes lujos, de hecho, la maternidad me ha enseñado a graduar la vida para que, con miopía o sin ella, valore la grandeza de lo cotidiano. Eso sí, disfruto muchísimo leyendo porque me ofrece la oportunidad de reconocerme en otros relatos y voces. Hasta hace poco creía que leía para desconectar y, sin embargo, tras la pandemia he aprendido que lo hago para conectar conmigo misma. Virginia Woolf tenía su habitación propia, yo siempre tengo un Kindle y varios libros en mi mesita de noche.
Otro de mis placeres culpables son las series de televisión. En mi paisaje mediático conviven personajes tan dispares como Tony Soprano, Don Draper, Ruth Fisher, Thomas Shelby, Mrs Maisel, Omar Little o Lorelai Gilmore. De cada uno de ellos conservo algo.
Por último, he de confesar que a la vida le pedí un niño al que le encantaran las manualidades y esta, en un acto de generosidad, me concedió el deseo. Así que los días de lluvia (que en el Norte son bastantes) los pasamos entre acuarelas, acrílicos, cartones y lanas.
Publicar un comentario