El sábado pasado, casi sin querer, di con el documental “Finding Vivian Maier“. Ni siquiera paré a leer la sinopsis, le di al play directamente y caí rendida ante una historia que, me sonaba haber leído, pero de la que no recordaba nada. Hora y media que me dejó con muchas preguntas que aún hoy guardo y me descubrió a un ser tan enigmático como brillante: Vivian Maier.
Esta mujer alta (medía 1’80), atlética, de mirada perdida, rasgos afilados y estrechamente unida a su Rolleiflex es Mrs Maier. Durante su vida pasó desapercibida, más allá de su atípica altura y acento francés, y vivió una existencia solitaria que sólo compartió con aquellos que confiaron en ella el cuidado de sus hijos. Fue la nanny atrevida y extraña, divertida y excéntrica, entregada y ciclotímica. Aunque quienes la conocieron la recuerdan siempre fotografiando de manera compulsiva todo aquello que se cruzara en su camino, nadie creyó que aquellas imágenes podrían colgar algún día de las galerías más prestigiosas del mundo.
Un día de 2007, el joven coleccionista John Maloof compra en una subasta varias cajas de negativos por 400 dólares. Mantiene la esperanza de que alguna de esas películas contenga fotos que le puedan venir bien para una investigación que estaba realizando. Tras un primer vistazo no encuentra nada que le llame la atención, así que devuelve las cajas al armario donde las depositó nada más hacerse con ellas. Hasta que un día, cargado de paciencia, decide escanear algunos de los negativos y, ¡voilá!, la magia de Maier queda impresa digitalmente. Como un acto reflejo propio de esta sociedad tan envuelta en la conexión permanente, Maloof compartió su hallazgo en su cuenta de Flickr y muy pronto las fotografías comenzaron a recibir halagos y admiración.
Ni rastro de Vivian Maier en Google. Es ahí cuando John comienza la aventura que nos cuenta en el documental en busca de información acerca de esta fotógrafa misteriosa. Las cajas, además de los negativos, contenían tickets, facturas, billetes de transporte e infomación similar que Maier había guardado como una suerte de rastro físico sobre su existencia. Hilando entre estos documentos, Maloof consigue dar con una familia que efectivamente la conoció, ya que durante algunos años cuidó a su madre. Esta familia se ofreció a hablar con él y le cedió la (casi) totalidad de las cajas repletas de documentos y carretes sin revelar que Vivian Maier guardaba en varios trasteros, cuyas facturas ellos aún pagaban. El descubrimiento fue mayúsculo: no sólo acababa de conocer que la brillante fotógrafa había ejercido toda su vida de nanny, sino que atesoraba consigo cientos y cientos de imágenes (se estima que la producción supera las 100.000) que no habían visto la luz.
Los testimonios a los que va accediendo el narrador de la historia nos revelan a una mujer con una fuerte personalidad, muy introvertida, que posee un don para el cuidado de los niños, pero que esconde un pasado un tanto oscuro del que nadie sabe nada. Maloof, consciente de la importancia de su legado, pone en marcha una investigación sobre sus orígenes que le lleva a un pequeño pueblo francés. Este pueblo remoto de los Alpes sale retratado en varias de las fotografías de Maier y en él habita el que se cree que es su único pariente, Sylvain Jaussaud, un primo lejano. Los últimos minutos vemos cómo la obra de esta gran fotógrafa, que fue rechazada por grandes instituciones como el MOMA por considerarla una amateur, va obteniendo reconocimiento y se expone en las principales galerías americanas y de todo el mundo.
Lo cierto es que, aunque no soy muy partidaria de los documentales en los que es tan fuerte la presencia del narrador, esta película me gustó bastante. Sobre todo porque me encanta todo lo que está relacionado con el archivo, con la huella que vamos dejando y que nos define, porque me sedujo el misterio que envuelve a Vivian Maier y porque me gusta la idea de pensar que existen muchas Maiers no descubiertas que disfrutan de crear, sin esperar el reconocimiento de un tercero. Pero, como mencionaba al principio de este texto, me quedé con muchísimas dudas.
En el documental apenas se habla de un tema complejísimo como es todo lo relacionado con los derechos y el Copyright de las fotografías. Maloof, en un momento de la cinta, hace mención a que para soportar los costes de la investigación y conservación del material comenzó a vender reproducciones. ¿Pero de quién son los derechos de este material, cuando la autora está fallecida y se sabe que no tenía intención de que su producción artística saliera a la luz? ¿Por el hecho de haber comprado varios negativos en una subasta se convierte Maloof y el resto de propietarios en dueños de la obra? ¿Qué opina el heredero, sabe realmente cuál es el valor de la obra de su prima? ¿Hasta dónde llega el deseo porque las fotografías de Maier sean reconocidas por el público y el lucro particular?
Mi intuición me decía que el hecho de que nada de esto se mencionara en el documental no era casualidad, sino que escondía una gran batalla detrás. Dos artículos publicados recientemente (éste de NY Times y éste de Los Ángeles Times) corroboran mi hipótesis. En los tribunales de Illinois se está librando una guerra en torno a los derechos de la obra que, muy probablemente, haga que ésta se vea amenazada y no pueda mostrarse al público hasta que la batalla legal no se desenrede. Por un lado, se encuentra el abogado David C. Deal, quien representa al que podría ser otro de los herederos de Maier: Francis Baille. En el otro extremo, se encuentra Maloof, quien dice haber firmado un contrato con Sylvain Jaussaud, el único heredero conocido hasta el momento, por medio del cuál éste le cede los derechos a cambio de un dinero o porcentaje de beneficios que no quieren dar a conocer. Todo es muy extraño: a Baille le llaman un día desde Chicago para contarle que es posible que sea el depositario de una herencia multimillonaria de alguien que no sabía ni que existía; Jaussaud cede los derechos aún intuyendo el valor de las fotografías y Deal se presenta como el abogado justiciero que se niega a que sea un tercero azaroso el que se lucre de una herencia que no le corresponde.
A todo esto hay que sumarle la ya de por sí enrevesada legislación que deja más lagunas que certezas. Para empezar, tal como explica Carolina A. Miranda en su artículo, es indispensable conocer quiénes son los herederos de Vivian, teniendo en cuenta que la ley se refiere a aquellos parientes más cercanos. Después, es importante saber qué poseía Vivian antes de su muerte, qué parte de su obra le correspondía. Teniendo en cuenta que murió con 80 años en la plena miseria, es difícil determinar esta cuestión. Aquí entra en juego otro agente para complicarlo todo mucho más: la compañía de trasteros en la que Maier tenía su vida desparramada en cajas. La mayoría de los contratos que se firman con estas compañías de almacenaje contienen cláusulas en las que se especifica que en caso de impago las pertenencias pasan a ser suyas, ¿pasaron a ser sus bienes parte de esta empresa? Al comprar Maloof el lote con las cajas de negativos, ¿se le estaba transfiriendo también los derechos de Copyright? La ley americana parece ser muy clara en esto: cuando tú compras unos negativos o unas fotografías, en la compra no va implícito el derecho a controlar la reproducción de esta obra. ¿Entonces, qué validez tiene el contrato firmado entre Jaussaud y Maloof si ninguno de los dos tiene el derecho de control sobre la obra de Maier? Llevado al extremo, ¿es lícito que se comercialice su obra?
Este caso me parece un ejemplo estupendo para explicar el embrollo que se esconde tras las leyes de Copyright. Leyes que se redactaron (supuestamente) para garantizar y velar por la libre difusión de obras artísticas y que, en casos como el de Vivian Maier, nos van a privar de disfrutar de su arte por una cuestión puramente de lucro económico. Viendo a estos hombres que nunca conocieron a esta mujer, pero que mantienen la convicción de poder decidir sobre el futuro de esas (sus) fotografías que nunca quisieron salir a la luz, me pregunto qué pensaría ella si pudiera ver por un agujerito el lío que se traen entre manos.
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